LA VIRTUD DE TU PROTECCIÓN
Hijo amado
que llegaste
por una senda de flores
hasta mis brazos.
Una y cuarenta de la tarde
marcaba el reloj
en la sala de partos
y nacía tu voz
como un gorjeo de mi sangre;
no olvidaré tu llanto
por aquel pasillo
interminable.
Tú, mi escogido,
el que me convirtió en madre,
el que a mis veintidos eneros
me coronó de risas,
tú, mi primogénito;
sin ti no habría vida
y estarían helados mis huesos.
Mi niño,
a tus cuarenta y seis años
me ofreces tu brazo
para que mis pies no vacilen
en el camino largo.
Aún mis ojos cansados
dependen de tus miradas,
y me cubre la virtud
de tu protección
y tu cariñoso manto.
INGRID ZETTERBERG
Dedicado a mi amado
hijo Raphael
Año 2,019
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