A mis cinco hijos, mi eterno
agradecimiento
A mi Stephanie:
Esos cristales tienen algo
de la transparencia
y finura de tus manos.
Hija amada, y aquella macetita
tiene mucho de tu esencia.
Gracias por tus anécdotas
vertidas en la medianoche,
por nuestras palabras que fluyen
y van y vienen entre risas,
que mañana serán un pasado,
una sombra que exhaló el tiempo.
Cuando yo cierre mis ojos
me llevaré tus ofrendas como un recuerdo.
A mi Raphael:
Hijo, gracias por acompañarme
en mis pesares y fatigas,
por tu protección a tu manera,
por ir delante de mí,
con esas tus largas piernas
que no saben esperarme.
La sazón culinaria
de tus manos
son mi deleite
en cada atardecer.
A mi Favio:
Hijo mío, gracias por asomarte
a mi oscuridad
con ese billete mensual.
Es tu ayuda en mi escasez,
es tu bondad encerrada en tu corazón
que muchas veces derramas
en la paz que me ofreces
para mitigar mis afanes.
A mi Natalie:
Mi hija, la que yo prometí al Señor,
gracias por visitar mis días
y hacerlos más plenos
con alguna frase que impacta mi corazón,
por coronar de margaritas
el sendero de mis pasos;
por tus orquídeas que crecen en silencio
coloreando nuestro patio.
A mi Claudia:
Gracias hija del alma mía,
que habitas en la lejana España,
que alargas mis noches y mis días
con bálsamo y maná,
misericordia que nace de tu entraña.
Gracias por tu voz envuelta en los ecos
de la distancia,
que consuela mis heridas
con tus promesas, tras mi llanto.
INGRID ZETTERBERG
Dedicado a mis
cinco amados hijos
De mi poemario
"A la sombra del ñandubay"
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